El Antilla: la otra cara
Microcuento · 2025
Mientras busco las fotos que dan testimonio de aquel buceo, pequeños detalles y sensaciones comienzan a emerger en mi memoria.
Estando en Aruba, era habitual —a diario— realizar un buceo en el Antilla. Conocido también como el Fantasma del Caribe, con más de 400 pies de eslora, yace en el fondo del mar desde comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Reposa escorado a estribor, sobre una pendiente.
Entre la sala de máquinas y la proa, a diez metros de profundidad, el Antilla está decorado con una exquisita selección de corales que atrapan toda la luz del sol. La combinación de baja profundidad y la extrema belleza, lo convierten en el lugar favorito para la mayoría de los buceos. Sin embargo, esta vez no era nuestro caso: el objetivo de este buceo era explorar el tramo más profundo, el menos visitado, entre la sala de máquinas y la popa.
No sé por qué solo fuimos Walter y yo. Tal vez el resto del grupo se quedó en la proa o simplemente no embarcaron. En verdad no lo recuerdo, pero por alguna razón estábamos Walter y yo, solos.
Comenzamos el recorrido por la banda de babor. A medida que descendíamos, el paisaje y la atmósfera se fueron transformando. Ya no era el lugar luminoso y lleno de vida que conocíamos, sino todo lo contrario.
Al llegar a la popa y rodear la hélice, la visibilidad disminuyó drásticamente y una fuerte corriente nos arrastraba hacia la profundidad.
Dos diminutas formas suspendidas frente a una estructura que se alzaba más allá de nuestra vista. El Antilla parecía un coloso dormido al cual no queríamos despertar.
Todo estaba en penumbras, con miles de partículas pasando a toda velocidad. El chillido de las computadoras nos sacó de la ensoñación.
Regresamos por estribor, al cobijo de la cubierta. Algunos rayos de sol se filtraban en las bodegas, iluminando sus herrumbrosas entrañas.
Por momentos, una misteriosa música de fondo nos envolvía, el rechinar y crujir de hierros que provenía de todos lados. Quizás, era la emoción de ser visitado.
El Antilla nos mostró otra cara, una que pocos han visto y casi nadie conoce. Sus furtivas misiones de reabastecimiento, sus misiones secretas y sus secretos: parecía susurrarnos.
Cuando emergimos, a diferencia de otros buceos, no recuerdo que hiciéramos comentario alguno o que intercambiáramos palabra. Tal vez no hizo falta. Lo vivido hablaba por sí solo.
FIN